24 horas
Siempre hay días en los que nos levantamos con ganas de comernos el mundo, literalmente. Puede ser que un sueño de princesas, dragones y castillos nos dé el hambre suficiente para tal gran labor. O puede ser también que un copioso ágape la noche anterior, o una sesión larga de duro sexo haga sentirnos fuertes y valientes.
Pero ese esfuerzo de hambruna se va disipando a medida que van pasando las horas; sobre todo en las primeras horas del día, junto al café, el ordenador y el cigarrillo. A medida que van desapareciendo las legañas y el caudal de café en su taza vamos volviendo a la realidad, a la visión de la dureza de nuestra Yihad particular. Y ese deseo de comernos el mundo va cambiando paulatinamente hasta llegar al punto mínimo de, por lo menos, no dejar que el mundo nos coma a nosotros.
Y así pasa completamente el día, hasta que volvemos a encontrarnos con la cena, o con una nueva sesión de sexo, que puede producir, de nuevo, un "día después" valeroso y osado. Quizás el nuevo sueño nocturno nos coloque en la más pura realidad, sin castillos ni princesas a las que salvar. Y teniendo la sensación, al levantarnos, de que el mundo nos devora.
Y volvemos al café, al ordenador y al cigarrillo...
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