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Una esperanza en el infierno

Una esperanza en el infierno

Disimulo las cicatrices que dejan los latigazos en mi espalda. Disfrazo y maquillo lo que no deseo mostrar. Si bien existen personas que las han visto e incluso preguntan, inocentes, si duelen, el dolor mismo de las fustigaciones no podrán sentirlo nunca. Paradójicamente, yo no puedo verlas directamente, por estar en la espalda, pero las siento, las llevo siempre conmigo. Son mías. Es mi infierno particular.

Y en el espejo, verdadera mirilla del alma, consigo observarlas. Las repaso una por una y casi me sé de memoria el tamaño, color y grosor de cada una de esas cicatrices. Al tocarlas, me vienen recuerdos dolorosos de una persona, de una sensación, de un deseo, de una enorme estupidez... Y es entonces cuando duelen más y quiero dejar de tocarlas. A veces lo consigo.

Aún así, no tengo toda la espalda magullada. Todavía conservo suficiente espacio como para recibir más latigazos. Y también conservo igual espacio para no recibirlos más.

No sé qué sucederá mañana, pero tengo esperanza, la quintaesencia de la desilusión humana, fuente simultánea del mayor poder y de la  mayor debilidad.

P.D.: Los ávidos se habrán dado cuenta de mi error.

1 comentario

Eva Thory -

Quizás sí, quizás no sea la esperanza lo más puro y fino que constituye la naturaleza de las cosas, lo más permanente e invariable de la humanidad; claro que... si asusta darle tal cargo, mejor nos quedamos con que la esperanza sólo es la esencia de los seres humanos: ese extracto líquido de gran concentración proviniente de distintas sustancias, el sudor de nuestros deseos.