Se acercaba la tormenta...
la olía a través de los soplos de aire que a mi piel llegaban, sentía su proximidad y mi deseo de evasión. Una vez derrotados los orcos, el camino a casa permitía ver unos campos desolados, fríos y sin vida. Cuerpos inertes yacían a lado y lado del camino, a expensas de los saqueadores, que no tardarían en llegar, y mi camino, firme y seguro, se alejaba de todos ellos, en la dirección en la cual tiempo atrás había empezado todo.
Era una victoria, eso era indiscutible; una victoria conseguida a base de gallardía, coraje y valor, mucho valor. Sin embargo, el camino a casa se percibía como una derrota, como una retirada del campo de batalla, aun sin comenzarla. En ese momento me preguntaba si realmente huía de la tormenta o me dirigía a ella y al comenzar a llover, cuando las primeras gotas frías de agua tocaban mis brazos desnudos y limpiaban parte de la sangre vertida en el camposanto, llegué a casa. Curé mis heridas y quemé mis vestiduras
y dispuse a escribir lo que aconteció en esa tarde.
Era una victoria, eso era indiscutible; una victoria conseguida a base de gallardía, coraje y valor, mucho valor. Sin embargo, el camino a casa se percibía como una derrota, como una retirada del campo de batalla, aun sin comenzarla. En ese momento me preguntaba si realmente huía de la tormenta o me dirigía a ella y al comenzar a llover, cuando las primeras gotas frías de agua tocaban mis brazos desnudos y limpiaban parte de la sangre vertida en el camposanto, llegué a casa. Curé mis heridas y quemé mis vestiduras
y dispuse a escribir lo que aconteció en esa tarde.
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