Blogia
Hastio

El principio

Mi hermano y yo nos peleábamos, nos solíamos pelear a menudo. Me figuro que es algo normal. En principio no había ni vencedores ni vencidos, hasta que descubrió algo en donde él sí podía vencer de forma aclaparadora: el coche. De todos los amigos, él fue el primero en tenerlo; y durante algunos años, el único.

A todos nos apasionaba la montaña y bastante a menudo nos escapábamos para engancharnos a las paredes y hacer de militares locos en Vietnam, armados con ramas. Y cada vez íbamos más lejos. Hasta que mi hermano actuó. Un día me vinieron Txema y más tarde Víctor, a decirme que si yo pretendía ir a la montaña nos quedábamos todos en tierra, puesto que mi hermano no cogía el coche. La frase de "no nos jodas" de Víctor aún las tengo grabadas en la memoria. Txema fue mucho más sutil.

Fue el primer fin de semana que me quedé en casa, solo; el dolor que me produjo fue realmente increible. No sería el último. No mucho después nos fuimos de fiesta a otra ciudad. Allí todo fue mucho mejor: mi hermano me dejó allí colgado porque decía que iba demasiado borracho. Regresé, cuando lo hice, hecho una furia. Fue la primera y la última vez que he soltado un puñetazo a alguien, aún me arrepiento. Esa mañana empecé a no volver a mi casa algunas noches y algunos días.

No mucho tiempo después me dejó Nuria y a las semanas, me echaron -injusta y cruelmente- de la Associació por no estar de acuerdo con eso de hacer las cosas como el presidente dice porque le sale de los huevos. La associació lo era todo para mí, absolutamente todo, y el colegio, donde pasaba gran parte del día, más aún. También me prohibieron la entrada. Tenían que silenciarme de alguna manera. Lo consiguieron. Afortunadamente, el tiempo me dio la razón. No sé si demasiado tarde, pero eso para mí ya fue motivo de "victoria".

Fueron momentos en los que necesitaba hablar, necesitaba abrazos. Los pedí, insistí en pedirlos, volví a re-insistir. No hubo respuesta. Todo estaba hecho. El alcohol, como única forma de estar contento, iba introduciéndose en mi vida, dejé la universidad por las resacas. Era la única forma -creía entonces- de no estar depresivo, de conocer gente y de hacer algo más que no fuera tumbado en el sofá, en la cama o delante del ordenador jugando hasta las 8 de la mañana -que también fue una importante vía de escape. Me sentía tan solo, tan asquerosamente solo... Y nadie movió un dedo, a nadie le interesó; era mejor así: los amigos podían seguir con sus escapadas a la montaña, los de la associació tuvieron miedo a que se les echara también -cosa que curiosamente acabó sucediendo y todos los que no eran amiguetes acabaron "expulsados". Y yo me moría por dentro, y por fuera. Gracias -irónica y tristemente- al alcohol conocía por las noches a cierta gente que, aunque al día siguiente me olvidara, ayudaban a mantenerme vivo. Mi madre tampoco supo ayudarme con esa respuesta "tú lo que tienes que hacer es estudiar y dejarte de tonterías".

Como soy orgulloso, quería superar mi depresión yo solo. Tenía pastillas y citas con psicólogos, pero nunca tomé ninguna y nunca asistí a ninguno. Me cerré en mí mismo y empecé a pensar, a racionar, a interesarme por la cultura, a analizar. La cultura me producía dolor, pero me daba también respuestas. Me transformé en un buscador de respuestas. Lo malo es que las encontré. Mis poemas de entonces son desgarradores y con un tema clave: la soledad. Y seguía cerrándome en mí. Seguía sin interesar a nadie. Mis otros amigos empezaron con insultos y demás; aún intento preguntarme el porqué. El tiempo también los puso donde tenían que estar.

Desde hace poco todo ha cambiado mucho. Estoy bastante bien. Cerrado, pero bastante bien. He cambiado mucho en dos años, para bien, aunque para muchos sigo siendo aquel chaval introvertido y solitario, y seguro -como muchos lectores interpretan- que por mi culpa. Así sea. Amén.

Las relaciones con mi hermano, como es lógico por el paso del tiempo, están bien. La associació se fue a la mierda. No bebo ni una tercera parte de lo que hacía. No he salido más de fiesta a otro pueblo en donde no tuviera una cama segura o en donde supiera seguro que no me abandonarían. He dejado de beber -y lo he conseguido durante meses- en 2 ocasiones. Sigo luchando siempre. Dejé definitivamente de volver a mi casa. No he vuelto a ir a la montaña. Sigo solo, sin interesar, salvo a los murciélagos virtuales -que por el otro lado me alegra mucho (ellos han sido quien me han dado las fuerzas para seguir luchando y "curarme". Aunque no aparezca ni sepan ni tan sólo que existo ahora, os tengo presentes siempre en todo lo que hago. Gracias, sin vosotros hubiera sido imposible).

Puede que otro día acabe explicando qué pasó después de los insultos de los otros amigos; fueron unos 6 años de depresión -crónica creía, jajajaja- y no se explican en unas líneas. Hasta ahora habré metido en estas palabras uno o dos años, como mucho. Pero me ha ido bien explicar todo esto.

5 comentarios

vicky -

nunca en mi recochina existencia hubo un alma que me
tocara tanto como la tuya...
aun recuerdo tu voz y tiemblo
y aunque ahora no soy libre aun siento tus manos en mi y tu voz en mi oido contame
alguna historia prohibida...
entiendo por lo que pasaste
ami apenas esa depresion esta
saliendo tu mi angel caido
me diste la experanza de que
aun quedaba algo bueno en mi
y por todo eso...
Gracias
tuya por toda la eternidad
vicky

E.Bathory -

"Y no se si tendrá que ver con el hecho de que una se hace y empieza a preferir la realidad de promesas acabadas"

E.Bathory -

"No sé si tendrá que ver con el hecho de que una se hace menor y empieza a preferir realidades a las promesas acabadas"

E.Bathory -

"No sé si tendrá que ver con el hecho de que uno se hace mayor y empieza a preferir las promesas a las realidades acabadas"

Anónimo -

Una noche mientras estaba sentado con la cabeza entre las manos se vio a sí mismo levantarse y partir. Una noche o día.

Porque su propia luz al extinguirse no lo dejó en la oscuridad. Una especie de luz entró entonces a través de la única ventana alta. Bajo ella aún el banco sobre el cual hasta que no pudo o quiso otra vez solía montar para ver el cielo. El no haber estirado el cuello para ver lo de abajo fue quizá porque la ventana no estaba hecha para abrirse o porque no pudo o quiso abrirla. Quizá porque conociendo demasiado bien lo de abajo no deseaba verlo otra vez. De modo que simplemente solía pararse allí elevado sobre la tierra y ver a través del cristal nublado el cielo sin nubes. Su luz débil inmutable como ninguna otra luz que pudiera recordar de los días y noches en que el día seguía de cerca a la noche y la noche al día. Esa luz exterior entonces cuando su propia luz se extinguió fue su única luz hasta que también se extinguió y lo dejó en la oscuridad. Hasta que también se extinguió.