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Hastio

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Hubo un tiempo que vivía en el hastío. Completamente amargado, apático, sin ganas ni de disfrutar ni de vivir. Fueron años tristes, muy tristes y depresivos. La botella era una compañera de juergas. La única compañera leal que tuve durante años -y probablemente la única responsable también de que sólo la tuviera a ella. La resaca era otra compañera leal, y la boca seca, y un dolor de cabeza inaguantable, y la boca del estómago ardiendo. ¿Triste? La verdad es que no lo sé. Sólo sé que era lo habitual. Hay gente que sufre tos cuando se levanta; otros que sufren migraña... yo tenía resaca. Fuera bueno o fuera malo, esa era mi forma de vida; porque el alcohol acaba siempre conviertiéndose en forma de vida. Ahora no estoy muy orgulloso de aquellos años, pero en esos momentos estaba ahí. Y en esos momentos me daba la impresión que todo era eso, que la vida era simplemente apatía, sin posibilidad de elegir y cambiarla.

Resulta muy fácil criticar a quien es considerado como "incorrecto" dentro de la sociedad. Resulta extraordinariamente fácil criticar formas de vida, reprochar comportamientos. Muy fácil. Y resulta más fácil incluso decir "no hagas esto" o "no hagas aquello". Muy fácil. Ni tan sólo intentaré explicar qué fue con mi vida, ni los motivos que tuve para elegir la botella. Sólo sé que me cerré en mí. Aunque parezca a veces estúpido, me dolía menos estar cerrado conmigo mismo que estar con cierta gente. Y la resaca era el precio que pagaba para no sentirme peor. O al menos eso era lo que pensaba. Cosas positivas que encontré durante aquellos años, porque las hay, como la lucha por la cultura, "conocer" (entre comillas) al ser humano y la sociedad en general, el raciocinio, las increibles ganas de querer abrir mi corazón... a veces se olvidan cuando se hacen valoraciones generales, pero están ahí. No puedo ser yo sin tener en cuenta todo lo que me ha sucedido o he hecho que me sucediera.

Y durante un tiempo, la cosa cambió. Dejé la botella. Me di cuenta de muchas cosas. La depresión "quenoseve" era producida por el alcohol y, con su ausencia, empecé a "vivir". Mi vida y mis ánimos cambiaron de forma increible. Quería controlar de nuevo mi vida, no permitir que fuera la cerveza. Después de 6 años lo conseguí. Una persona muy especial me ayudó muchísimo. ¡Qué fácil resulta hacer ciertas cosas cuando hay apoyo! ¿verdad? He vuelto a caer unas cuantas veces, y he dejado el alcohol unas cuantas veces más. Ahora quiero recuperar esos 6 años que creo perdidos. Ahora no creo que caiga, aunque bebo -últimamente mucho. No es el grado de injesta en el estómago, sino el grado de injesta en la cabeza la que me preocupa. Y mi cabeza parece que está bastante bien. Claro que intento no pasarme. Pero no es motivo de orgullo beber. Pensar eso es una enorme estupidez. Pensar eso es interpretar, cosa que por el otro lado me satisface. No me trae al fresco todo; me importa demasiado todo. Me importa demasiado la gente en general, por eso a veces huyo de ella.

Lo que no supero es el haberme pasado con cierta gente. Me duele, me duele mucho, y unas disculpas no son suficientes para calmar mi espíritu (si tengo). Sólo puedo tirar hacía adelante. La última noche de brujas fue especial. Encontré a cierta gente que me dio su apoyo. Eso siempre es bueno. Me pidieron -incluso- un abrazo ¡a mí! Lo único que he necesitado es apoyo. A veces lo he tenido y a veces lo tengo. Espero también tenerlo.

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E.Bathory -

TROZOS DE CAFÉ QUE DESAPARECEN EN LA NADA

Desde hace mucho tiempo llevo una vida desapegada de los demás, procuro disfrutar lo más ampliamente que puedo de los placeres que me ofrece la rutina de mi vida.

Trabajar... no es que trabaje demasiado, no por ser persona perezosa sino por ocupar un puesto poco dado al cansancio, además, lo realizo con gusto y me relaja. Soy encargada de una biblioteca y aquello es casi mi hogar, disfruto cuando estoy rodeada de libros, la lectura me apasiona y es lógico que mi trabajo me enardezca.

Pero de todos los placeres cotidianos hay uno del que jamás prescindiría: tomar café en la cafetería Lisboa. Siempre he ido sola y no me arrepiento de ello, pues a mi vera no echaba a nadie en falta, además, únicamente cuando he conseguido estar sola era cuando disfrutaba plenamente de mi entorno. El café en aquel lugar tan agradable y fértil de sensaciones se convertía casi en un ritual para mi.

Entonces creía que aquello era importante, que la armonía que aquello me aportaba no se desataría jamás.